Margarita García Gallardo: El camino del agua

Novela finalista del VI Premio Río Manzanares.

Un paquete entregado por error es el origen de una intriga que gira alrededor de la chocolatera aparecida durante la excavación de una galería subterránea en unas obras del metro en pleno centro de Madrid. Aunque la primera parte de la novela no está exenta de acción, ésta transcurre pausadamente y sirve sobre todo para una minuciosa caracterización de la protagonista y narradora, una mujer de mediana edad, cuyo matrimonio transcurre entre la mediocridad y la frustración. En mi opinión el punto más fuerte de la novela es precisamente el personaje protagonista, Laura Bodero, impecablemente construido hasta en los mínimos detalles de su carácter. Laura cree que su aventura extraconyugal con Mario, un hombre misterioso que anda detrás de la chocolatera, la hará escapar de la sumisión a su marido; pero la resignación es parte de su forma de ser: «La vida me daba una bofetada y yo ponía la otra mejilla, pero no por humildad, sino porque lo merecía. Estaba pagando mi atrevimiento por haber levantado la cabeza y haber sentido sobre mi cara el viento insolente y fresco de un cambio«.

Después la acción se acelera y Laura se ve arrastrada por unos acontecimientos que ella misma ha provocado al enamorarse de Mario. Las peripecias tras la chocolatera les llevan a los ‘viajes del agua’, galerías que antaño servían para suministrar agua a Madrid. En la última parte de la novela, la voz de Laura deja paso a la de un joven criado del siglo XVIII que, por medio de un breve pero intenso manuscrito, nos desvelará el misterio.

El Camino del agua (Calambur, 2004) ha sido finalista del VI Premio Río Manzanares y es la primera novela de Margarita García Gallardo (Madrid, 1967)

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Los viajes del agua

«A mediados del siglo XIX, Madrid tenía una población de 220.000 habitantes y disponía de un sistema de abastecimiento de agua basado en el aprovechamiento de recursos subterráneos, que eran captados mediante perforaciones que drenaban los macizos rocosos y, posteriormente, eran canalizados hacia depósitos emplazados en la ciudad mediante galerías subterráneas, conocidas como viajes del agua, algunas de las cuales llegaron a alcanzar longitudes superiores a los 14 km. Desde los depósitos se distribuía el agua a fuentes, y de allí era transportada a las viviendas por los aguadores, cuerpo que llegó a estar integrado por 900 personas.

Este sistema -que fue introducido durante la presencia de los árabes-, era capaz de aportar a la ciudad en torno a 2.150 metros cúbicos al día, cantidad que supone una dotación de unos 10 litros por habitante y día, menor, con gran diferencia, a la disponible en las grandes capitales europeas de esa época. Además, el sistema era incapaz de asegurar el abastecimiento de la población en situaciones de sequía y, mucho menos, de posibilitar las expectativas de crecimiento y desarrollo de la ciudad, con el consiguiente incremento de la demanda de agua urbana e industrial.»

(Los orígenes del Canal de Isabel II)